viernes, 18 de febrero de 2022
miércoles, 16 de febrero de 2022
Luz del mundo y sal de la tierra del mundo el bello mandato de amor del padre
Qué dicha la
nuestra, la de ser considerados por el Maestro sal de la tierra y luz del
mundo. Cuánta responsabilidad deposita en nuestra vida, porque Jesús no dice
“tienen que ser”, sino “son”. Y lo somos porque hemos entrado a formar parte de
su reino y, desde ese momento, nuestra vida se ha de asociar con Él. Sus
valores han de ser los nuestros.
Jesús usa tres
símbolos para definir nuestra identidad de seguidores suyos. Los tres tienen
fuerza descriptiva de lo que es nuestra identidad cristiana.
Somos sal: ésta
aparece como un elemento humilde en la condimentación de los alimentos. Se
funde en ellos dándoles sabor. Ser auténticamente cristiano conlleva en sí un
efecto real en nuestra vida de cada día, vivir desde la fe, la esperanza, el
amor; conlleva ser consciente de que la fe que nos ha sido dada, la recibimos
para expandirla. Para dar un tono nuevo a nuestra vida. Y esto, no desde el
ruido o desde actitudes llamativas. Ser sal es dejar que la acción del espíritu
por medio de nuestra acción, discreta, humilde, pero real, se expanda e
impregne nuestra labor. Ha de ser como la sal. Su presencia pasa desapercibida;
sólo su ausencia es notoria.
Somos luz:
gracias a la luz podemos distinguir la realidad que nos rodea. Nos facilita
desenvolvernos en ella con facilidad. Ser luz para otros es dejar que los
valores de Jesús se manifiesten en nuestra vida y orienten nuestro camino. No
caminamos en la noche. Seguimos a alguien que va con nosotros manifestando por
dónde debemos seguir. Viviendo así, nos convertimos en luz para los otros.
También facilitando a los demás el conocimiento de este Jesús que a nosotros
nos motiva. Hay muchos momentos en que esto podemos llevarlo a cabo, desde
nuestra relación más cercana, hasta nuestra actitud general ante la vida y los
acontecimientos.
Una ciudad sobre
un monte: otro símbolo fácil de entender. La ciudad sobre el monte está a la
vista de todos. No cabe el ocultamiento. Es una referencia a la verdad y
sinceridad que ha de presidir nuestra vida. Ser conscientes de que en todo
momento estamos siendo observados. Nuestra vida no puede ocultarse bajo la
mentira o la doble cara.
¿Somos realmente conscientes de que nuestra condición de cristianos es como la sal, la luz, la ciudad sobre un monte? Si no nos lo creemos, no podremos vivirlo. ¿Nos esmeramos en purificar nuestra vida para que sea realmente eso que Jesús nos ha dicho que somos? Si no lo cuidamos, la sal se volverá sosa, inservible. La luz se apagará. La ciudad será invisible para todos. No es lo que Jesús espera de ti y de mí
lunes, 14 de febrero de 2022
Cómo surge la tan esperada fecha de San Valentín?
Cuando era
emperador romano, Marco Aurelio Claudio (214-270) decidió prohibir que los
soldados se casaran: entendió que un guerrero sin lazos familiares era más
valiente, porque tenía menos miedo de arriesgar su vida.
Se dice que un
obispo llamado Valentín, que creía en el amor, siguió celebrando los lazos
matrimoniales entre militares, irrespetando así el decreto imperial.
También hay
informes de un religioso llamado Valentín que repartía rosas en las calles. Y
narraciones que dicen que hubo un Valentín que cortó corazones de pergamino y
se los dio a los soldados, para que miraran esas tarjetas y recordaran a sus
seres queridos.
O incluso la
historia de que un sacerdote Valentín contradijo los planes de familiares
influyentes y, reconociendo que había un sentimiento genuino, aceptó formalizar
la unión entre un joven cristiano y su novia pagana.
En los registros
de los santos católicos, hay once llamados Valentín. Y al menos tres de ellos
—como apunta el estudioso de la hagiografía Thiago Maerki, investigador de la
Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) y asociado de la Hagiography
Society, en Estados Unidos— son los protagonistas de reportajes con mensajes de
amor.
"Estos tres
personajes muchas veces se confunden, se mezclan", subraya.
"El San
Valentín que celebra la Iglesia, el San Valentín de Roma, tiene más que ver con
la historia de un médico que se hizo sacerdote y, en contra de la ley del
emperador, siguió celebrando bodas entre soldados".
Si es difícil
distinguir a un San Valentín de otro, más difícil aún es probar qué sucedió
realmente y qué no es más que una leyenda construida a lo largo de los siglos.
Y, como la figura
celebrada por el catolicismo el 14 de febrero es tan rica en controversias,
ante la imposibilidad de confirmar qué es realidad y qué es mito, la propia
Iglesia católica tuvo a bien sacarlo del calendario litúrgico tradicional, ya
en la década de 1960, después del Concilio Vaticano II.
Las misas en su
honor terminaron celebrándose solo en comunidades donde la tradición es fuerte.
Creación del mito
En los documentos
oficiales de la Iglesia, la información es sucinta y no permite diferenciar a
un Valentín de otro.
El martirologio
romano, donde se encuentran las biografías de los santos, es breve. El 14 de
febrero se menciona a San Valentín, seguido de la breve explicación de que fue
martirizado "en Roma, en Vila Flaminia, junto al puente Milvio". Nada
más.
"El misal
ante el Concilio Vaticano II tampoco da detalles, pero indica que Valentín fue
sacerdote y mártir, y que su martirio se produjo hacia el año 270", dice
el investigador y estudioso de la vida de los santos José Luís Lira, profesor
de la Universidad Estatal del Valle de Acaraú, en Brasil.
Explica que lo
que definió el imaginario sobre San Valentín terminó siendo "la literatura
oral y escrita".
"En torno a
ellos se están creando leyendas, como era costumbre de estos primeros
cristianos. La voz del pueblo era la que celebraba a sus santos. Y estos
cultos, tradiciones populares, cobran fuerza en la Edad Media. Hasta que se
acaba lo que no era oficial, hasta ser reconocido por la Iglesia, que no tiene
más remedio que asumir la tradición como oficial", comenta Maerki.
Detrás de las
fuentes
En medio de
tantas contradicciones, el hilo conductor de lo que pudo haber sido el
verdadero San Valentín es la información que termina siendo confirmada por
distintas fuentes.
Así, es posible
ubicar al santo del amor como alguien que vivió en Roma en el siglo III de la
era actual y chocó con el gobierno del emperador Claudio. También es coherente
con la existencia del puente Milvio, sobre el río Tíber, mencionado en el
martirologio.