La fe es una semilla pequeña que cuando cae en buena tierra crece con prodigios y maravillas grandes, te invito a practicarla cada día de tu vida
Cuando Abraham tenía cien años, Dios le prometió que le
concedería un hijo, Isaac. Sin embargo, cuando Isaac creció, Dios le dijo a
Abraham que tenía que ofrecerlo en sacrificio. Es probable que a muchas
personas les parezca que esta forma de obrar de Dios se aleja demasiado de las
nociones humanas o incluso que, si nos sobreviniera esa clase de prueba, sin
duda trataríamos de rebatir a Dios. Sin embargo, ante esto, la reacción de
Abraham fue justo la contraria a la que esperaríamos. No sólo no rebatió a
Dios, sino que fue capaz de someterse verdaderamente a Él y de devolverle a
Isaac sincera y fielmente.
Tal como relata la Biblia: “Abraham se levantó muy
de mañana, aparejó su asno y tomó con él a dos de sus mozos y a su hijo Isaac;
y partió leña para el holocausto, y se levantó y fue al lugar que Dios le había
dicho. Llegaron al lugar que Dios le había dicho y Abraham edificó allí el
altar, arregló la leña, ató a su hijo Isaac y lo puso en el altar sobre la
leña. Entonces Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su
hijo” (Génesis 22:3, 9-10).
Todos los seres humanos son de la carne: somos
sensibles y, ante algo así, seguro que sufrimos y nos duele. En cambio, Abraham
se abstuvo de intentar negociar con Dios y fue capaz de obedecer Su mandato
porque sabía que Dios primero le había concedido a Isaac y que después se lo
iba a quitar. Obedeció correctamente: así era la fe de Abraham en Dios. Creía
verdaderamente en Dios y se sometió totalmente a Él; incluso si aquello le
suponía separarse de su mayor tesoro, se ofreció a devolverle a Isaac a Dios.
Al final, la fe y obediencia auténticas de Abraham a Dios le granjearon Su
aprobación y Sus bendiciones. Dios permitió que fuera precursor de muchas
naciones; su descendencia ha prosperado, se ha multiplicado y ha formado
grandes naciones.
la fe verdadera
La Biblia nos cuenta que Job tenía una familia muy próspera,
así como diez hijos y muchos sirvientes; sus semejantes le tenían gran respeto
y consideración. Sin embargo, tentado y atacado por Satanás, Job perdió todas
sus posesiones y a sus hijos en un solo día, tras lo cual todo su cuerpo quedó
llagado. Con aquella prueba, Job pasó de ser el más grande hombre a la persona
más desvalida de Oriente, y además fue juzgado y atacado por su familia y sus
amigos. Ni siquiera ante semejante prueba profirió Job una sola palabra de
queja a Dios y hasta se postró a adorarlo, diciendo: “Salí desnudo del vientre
de mi madre y desnudo regresaré a él; Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el
nombre de Jehová”* (Job 1:21); y “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos
el mal?” (Job 2:10). Gracias a esta prueba, Job pudo abstenerse de pecar de
palabra y presentarse ante Dios en oración. Esto demostró que llevaba a Dios en
su corazón, que tenía auténtica fe en Él, que creía que todas las
circunstancias y cosas estaban en las manos de Dios y que todas aquellas
situaciones que afrontaba tenían la aprobación de Dios y no eran obra del
hombre. Asimismo, a lo largo de sus décadas de vida, Job había experimentado
profundamente que todo cuanto tenía provenía de la soberanía y las
disposiciones de Dios; Él le había otorgado todas sus riquezas, que no eran
fruto de su labor. Así pues, si Dios quería quitarle lo que previamente le
había dado, era natural y correcto y él, como ser creado, debía someterse a que
Dios le quitara esas cosas. No debía rebatir a Dios y, sobre todo, no debía
quejarse de Él; aunque le arrebatara la propia vida, sabía que no debía
proferir ni una sola queja. El testimonio de Job humilló del todo a Satanás y
después Dios se apareció a Job en medio de una tempestad para otorgarle más
bendiciones todavía.
Con las experiencias de Abraham y Job vemos que, para lograr
una auténtica fe en Dios, primero hemos de comprender de verdad la soberanía de
Dios y creer que todas las cosas y circunstancias se encuentran plenamente a Su
alcance. También debemos conocer realmente nuestro lugar como seres creados y
estar en posesión del razonamiento propio de las criaturas humanas. Por grandes
que sean nuestras pruebas y dificultades, no podemos culpar ni abandonar a
Dios, sino que debemos seguir siendo capaces de buscar Su voluntad, permanecer
de Su lado y seguirlo sin vacilar. Por grande que sea el sufrimiento que
soportemos, tenemos que ser capaces de mantenernos firmes en el testimonio de
Dios. Sólo aquellos que pueden hacerlo están en posesión de una auténtica fe en
Dios. Simplemente piensa en esos hermanos y hermanas detenidos y perseguidos
por el Partido Comunista de China, ateo, que incluso han sufrido brutales
torturas y han sido condenados a varios años de cárcel, pero que jamás han
negado ni abandonado a Dios: esa es una auténtica fe en Dios. Hay hermanos y
hermanas rechazados por sus familias y amigos tras hacerse creyentes o a cuyas
familias se les presenta una desgracia, pero que nunca se quejan a Dios y son
capaces de continuar siguiéndolo y entregándose a Él: también esta es una
manifestación de auténtica fe en Dios. Comparándonos con estos testimonios,
¿podemos afirmar realmente que en verdad tenemos auténtica fe en Dios? La
mayoría de nosotros basa su fe en reconocer inequívocamente que hay un Dios y
en la posibilidad de sufrir un poco y apenas pagar las consecuencias de
trabajar para el Señor difundiendo el evangelio. Ahora bien, eso no se
considera auténtica fe.
Cómo forjar una auténtica fe en Dios
Si deseamos tener auténtica fe, debemos aspirar a reconocer
la soberanía de Dios en todas las personas, circunstancias y cosas que nos
encontremos a diario y, tanto si los entornos dispuestos por Dios están en
consonancia con nuestras nociones como si no, sean o no superficialmente
beneficiosos para nosotros, tenemos que conocer nuestro lugar como seres
creados y buscar la voluntad de Dios venerándolo de corazón. Hemos de entender
las meticulosas y sinceras intenciones de Dios en los ambientes que dispone
para nosotros, de modo que aprendamos algo de todo cuanto vivimos y veamos los
actos de Dios en todo cuanto Él orquesta. Entonces, poco a poco, nuestra fe en
Dios será cada vez más auténtica, como la de Job: no era innata a él, sino que
fue creciendo mientras experimentaba la soberanía de Dios en todo lo que le
sucedía en la vida y a medida que buscaba el conocimiento de Dios. Solamente si
somos capaces de seguir el ejemplo de Job, centrándonos en experimentar y
entender realmente la soberanía de Dios en nuestra vida para así alcanzar un
verdadero conocimiento de Dios, podemos cultivar una auténtica fe en Él.
Posteriormente, sean cuales sean las penurias o pruebas que nos sobrevengan y
por grande que sea nuestro sufrimiento carnal o espiritual, podremos
afrontarlos equilibradamente con nuestra fe, buscar activamente la voluntad y
las exigencias de Dios para con nosotros, someternos a Su soberanía y Sus
disposiciones y mantenernos firmes dando testimonio de Él.
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