viernes, 22 de febrero de 2019

Amigos imaginarios de mi hijos - angeles de la guarda



Por grandes que sean las diferencias de criterio entre los especialistas en el mundo infantil, existe consenso en que los primeros siete años son cruciales para el desarrollo y maduración futuros. La intensidad y audacia en los juegos y relaciones, sea con amigos reales o «invisibles», es una muestra de receptividad hacia el mundo espiritual. 
Generalmente se piensa que, a medida que el niño se va familiarizando con el pensamiento racional, pierde buena parte de la frescura e inocencia que caracterizaban esos años. Sin embargo, en el libro Children and Angels (Los niños y los ángeles) la escritora británica Clennyce S. Eckersley ofrece otra visión del mundo de los adultos, pues ella opina que nunca se llega a perder del todo ese don infantil.

Los investigadores británicos David Hay y Rebecca Nye llevaron a cabo un estudio durante tres años sobre la espiritualidad de la infancia y descubrieron que la mayoría de los entrevistados tenía creencias profundas y experiencias espirituales significativas desde edades muy tempranas. 
Los niños están convencidos de que poseen su propio ángel de la guarda y no cuestionan la misión de estos seres. Y los más pequeños, con independencia de su origen cultural, hablan de los ángeles con total naturalidad, como si se tratara de amigos de toda la vida.


En muchas sociedades se cree que los bebés de pocos meses poseen la capacidad innata de «ver» más allá de nuestra dimensión física. Este don clarividente desaparece gradualmente con la edad y al llegar a los doce años se han perdido todos o casi todos los vínculos con el mundo espiritual. 
En la investigación preparatoria de este reportaje he escuchado y leído relatos de muchos padres convencidos de la profunda afinidad existente entre niños y ángeles. Por lo que se refiere a los más pequeños, los padres coincidieron al describir una escena que se repite con frecuencia: el bebé mira fijamente a un punto de la habitación, generalmente el techo, y en un momento dado sonríe o ríe, como respuesta a alguna forma de comunicación invisible; a menudo extiende sus manos hacia arriba, como si esperara que un ser invisible le cogiera en brazos.

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