“Dios no te ha
olvidado”. Al escuchar esas palabras, me emocioné por completo ya que no me
había dado cuenta de lo mucho que las necesitaba. Mientras las lágrimas corrían
por mi rostro, comprendí lo sola y olvidada que me había sentido.
Estaba en el
momento más oscuro de mi vida. Mi esposo había abandonado nuestra familia, mi
cuerpo se estaba deteriorando y estaba criando dos hijas que no querían saber
nada de “mi” Dios. Me sentía desapercibida.
Sin embargo, de
alguna manera, saber que Dios no me había olvidado me motivó a buscarlo con una
esperanza renovada. Aquellas simples palabras me ayudaron a concentrarme en las
verdades que necesitaba recordar: que el Señor estaba conmigo y que me
sustentaría a través de esta prueba, que Dios estaba usando mi sufrimiento para
lograr algo mucho más grande de lo que yo pudiese ver o comprender y que mi
dolor no duraría más que lo absolutamente necesario.
Esas verdades me
sustentaron y esas tres garantías me aún siguen sosteniendo.
Dios estará
conmigo
La seguridad de que
Dios está con nosotros es el regalo más precioso que tenemos durante el
sufrimiento.
Por supuesto, como cristianos sabemos que Dios siempre está con nosotros y que no hay lugar del que podamos huir de su presencia (Salmo 139:8), pero experimentar la presencia y el consuelo de Dios es diferente. Me ha dado gozo cuando no tenía motivación (Salmo 16:11), me ha renovado cuando estuve cansada (Hechos 3:20) y me ha librado del temor cuando pasé por las aguas (Isaías 43:2). La presencia de Dios ha sido más evidente en mi vida en el sufrimiento que en cualquier otro momento, convirtiéndola en un tesoro invaluable en la oscuridad (Isaías 45:13).
En el Salmo 23,
David comienza hablando de Dios y de su tierno cuidado diciendo “Jehová es mi
pastor; nada me faltará” (Salmo 23:1), pero cuando se encuentra en un lugar de
peligro y sufrimiento, pasa de hablar de Dios a hablarle a Dios directamente:
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo” (Salmo 23:4). Hay una cercanía, una intimidad con Dios que
David experimenta inmediatamente en la angustia.
La incomparable
presencia de Dios en nuestro dolor enfatiza que un día con Él en la prueba, es
mejor que mil días sin dolor en otro lugar.
Dios tiene un
propósito bueno para mi sufrimiento
Si mi sufrimiento
no tuviera sentido, no hubiera podido soportarlo. Me habría sentido derrotada,
amargada y llena de remordimientos y dudas y me preguntaría si mi mala
decisión, o la de alguien más, me había impedido tener la vida exitosa que
anhelaba. La vida me habría parecido injusta e incluso cruel.
Sin embargo y
afortunadamente, sé que lo contrario es verdad: mi sufrimiento le ha sido
confiado a Dios y Él está usando cada gota del mismo para cumplir sus buenos
propósitos en mí. Mi sufrimiento está cargado de significado y no será
desperdiciado, incluso si todo lo que puedo ver en este momento sea pérdida.
Por la fe, creo que Dios tiene un motivo y también un propósito para mi dolor,
quizás miles de razones, y todas son para mi bien, sin importar cómo luzca o se
sienta (Romanos 8:28; Génesis 50:20). Mientras no pueda ver o entender ninguno
de esos propósitos, sé que el Señor jamás me haría sufrir sin razón. Ahora
puedo ver tenuemente en el espejo y comprendo parcialmente, pero un día veré
cara a cara y comprenderé plenamente (1 Corintios 13:12).
Los hombres y
mujeres en la Biblia no pudieron ver cómo Dios estaba usando sus vidas ni sus
luchas. Vivían el día a día, igual que nosotros, decepcionados, esperando y
preguntándose por qué sus vidas eran tan difíciles. Aun así, Dios usó su dolor
para algo más glorioso de lo que pudieran imaginar.
Sucede del mismo
modo con nosotros. Debemos confiar que Dios está usando nuestro sufrimiento
para algo más grande de lo que podemos ver ahora. Nuestro sufrimiento está
logrando algo eterno, preparándonos un peso de gloria que supera cualquier
comparación (2 Corintios 4:17). Así como con José, nuestras luchas pueden estar
salvando muchas vidas (Génesis 50:20), lo cual podremos ver por completo
solamente en el cielo. No obstante, podemos estar seguros de que, así como lo
dice Joni Eareckson, “En el cielo, agradeceremos a Dios sin parar por las pruebas
que nos envió al estar aquí”.
Mi dolor
terminará algún día.
Sin importar el
dolor por el que estemos pasando, si estamos en Cristo, podemos estar seguros
de que no durará para siempre. Nuestro sufrimiento es “temporal” y “por un
corto tiempo” al considerarlo y experimentarlo a la luz de la eternidad. Dios
hará todas las cosas nuevas; tenemos gozo eterno esperando por nosotros en el
cielo.
Sin embargo, el
cielo puede parecer un pequeño consuelo cuando los días de dolor se alargan por
meses e incluso años. Todos queremos ser libres del dolor en esta vida y muchos
veremos esa libertad. Nada está por encima de la capacidad de Dios para
redimir. Él da vida a los muertos y llama como si existieran a cosas que no
existen (Romanos 4:17). Dios sabe exactamente cuánto tiempo durará nuestro
dolor y también nos dará todo lo que necesitemos mientras esperamos. Nada es
demasiado difícil para Él (Jeremías 32:17). Solo podemos vivir un capítulo de
nuestras vidas a la vez y ninguno de nosotros sabe exactamente lo que traerá el
próximo capítulo. Puede que el día de mañana nos traiga una redención más allá
de nuestros sueños, como experimentaron Noemí, José y Job. O tal vez solo un
descanso necesario de nuestro dolor y sufrimiento. Puede que pronto miremos
hacia atrás, a las pruebas de hoy, y nos maravillemos por la fidelidad de Dios
en ellas.
Aun así, no todos
podremos hablar del dolor en tiempo pasado. Algunos no vamos a experimentar el
alivio en esta vida, sino que moriremos a causa de una enfermedad que nos
consume, sentiremos el dolor de por vida de una pérdida aguda, viviremos entre
sueños rotos, agonizaremos preguntándonos cómo se las van a arreglar nuestros
seres queridos, lucharemos con enfermedades físicas y mentales debilitantes y
puede que nunca veamos el cumplimiento de todo lo que creíamos que Dios haría.
Al igual que los santos de las Escrituras, quienes no vieron realizadas las
promesas de Dios durante su vida, tendremos que confiar en que Dios nos tiene
reservado algo mejor (Hebreos 11:13-16): una herencia gloriosa, riquezas
incalculables, coronas de gloria y placeres para siempre. Si somos suyos,
nuestro dolor terminará con toda seguridad y por completo.
Dios no te ha
olvidado
Dios tiene toda
la eternidad para mostrarnos su bondad (Efesios 2:7). Como ha prometido, “Cosas
que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las
cosas que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9). Estoy
convencida de que cuanto menos placer y recompensa terrenales hayamos recibido,
mayor será nuestro placer y recompensa en el cielo.
Si estás luchando
hoy, recuerda que Dios no te ha olvidado. Te ha grabado en las palmas de sus
manos (Isaías 49:15-16). Nunca te fallará ni te abandonará. Caminará contigo a
través de cada valle oscuro. El Dios que ha contado cada cabello de tu cabeza y
conoce cada gorrión que cae al suelo está al tanto de cada detalle de tu
situación. Él está usando tu sufrimiento y tu dolor en formas que no creerías
si alguien te lo dijera.
Y después de que
hayáis sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que os llamó a su
gloria eterna en Cristo, Él mismo os perfeccionará, afirmará, fortalecerá y
establecerá (1 Pedro 5:10).
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